La primera vez que lees el título de esta novela, con esto de “la selva” te imaginas que está ambientada en algún país de los trópicos. La sorpresa viene cuando descubres que la acción tiene lugar en el frío norte de Canadá, en la cuenca del río Yukón, lindando con Alaska. El caso es que el título en inglés es The Call of the Wild, cuya traducción literal sería La llamada de lo salvaje, y de hecho en algunas ediciones se llama así, pero el título más tradicional en castellano es La llamada de la selva, y así es como la llamaremos en esta reseña.
Dicho el lugar, pasemos a hablar de la época: se trata de
los años finales del siglo XIX, en los que tuvo lugar el acontecimiento más
importante en la historia de esta remota región canadiense: en 1896 se
descubrieron yacimientos de oro y cuando se propagó la noticia tuvo lugar una migración
masiva de trabajadores que ansiaban enriquecerse extrayendo el valioso metal.
Este fenómeno ya había ocurrido en otras ocasiones, como en California en 1848,
por lo que ya tenía nombre: la fiebre del oro. A esta en concreto se le llamó
la fiebre del oro del Klondike, por ser este el nombre del río, afluente del
Yukón, donde se habían hecho los principales hallazgos.
Después del lugar y el momento, toca hablar del personaje principal. Se trata de un perro. Un perro de trineo, para ser exactos. Pero no es un perro ordinario, ni mucho menos. Y la historia que vive no es una historia cualquiera. Pero antes de hablar de la historia de Buck, que así se llama nuestro protagonista, detengámonos un poco en la vida del autor de la novela.
Jack London |
Jack London había nacido en San Francisco. De formación
autodidacta, pues su situación económica no le permitía pagarse unos estudios,
pasó por diversas ocupaciones, incluyendo la de marinero, e incluso fue vagabundo
una temporada. En el verano de 1897, contando 21 años, decidió unirse a la
fiebre del oro del Klondike, al igual que muchos otros estadounidenses que
veían en el lejano Norte una última oportunidad de lograr el famoso sueño
americano.
Mineros subiendo el paso de Chilkoot, 1898 |
Ciudad de Dawson, 1898 |
Durante los largos y oscuros meses de gélido invierno, Jack contrajo el escorbuto debido a la mala y escasa alimentación. A la primavera siguiente, no tardó en darse cuenta de que en la concesión marcada el otoño anterior no había oro. También advirtió que no tendría una segunda oportunidad: toda la región estaba tomada por miles de buscadores y no quedaban ya concesiones por registrar. Así que, enfermo y desilusionado, decidió abandonar y regresar a California.
Con todo, Jack London fue de los pocos que volvió del Yukón con algo valioso. Había fracasado como buscador de oro, pero había puesto los cimientos de su carrera como escritor. No había perdido el tiempo durante aquel periplo: había observado, había hablado con las gentes de la región, había escuchado historias, algunas historias de los pocos que se hicieron ricos con el oro y muchas historias de los demás, de los que fracasaron y lo perdieron todo, algunos incluso la vida, derrotados por el frío polar, el hambre, las enfermedades y el cansancio.
El escritor también se había fijado en unos seres que compartían, calladamente, todas esas penalidades: los perros de los trineos, tal vez los protagonistas más sufridos de la estampida del Norte, los héroes involuntarios de aquella locura. Y así surgió, pocos años después, el libro que nos ocupa.
Perros de trineo en la fiebre del oro del Klondike |
La historia de Buck no empieza en las tierras polares. Empieza, como la propia historia del escritor, en la soleada California. Buck es un perro de gran tamaño, cruce de San Bernardo y pastor escocés, y vive felizmente en la casa de un juez.
Su suerte cambia cuando se desata la fiebre del oro en el lejano Norte, donde los trineos de perros son el único medio de transporte posible durante los meses de invierno. Como consecuencia de la afluencia masiva de buscadores, se dispara la demanda de perros grandes en todo el oeste de Estados Unidos, llegándose a pagar por ellos sumas muy elevadas. Es la ocasión que aprovecha un criado, necesitado de dinero para pagar sus deudas, para robar y vender a Buck.
Buck, primero desconcertado y luego enfurecido, se ve encerrado en una jaula, trasladado y finalmente entregado a un brutal adiestrador, que le enseña una dura lección: un perro no puede ganar en una pelea contra un hombre armado con un garrote.
Después de eso, Buck es comprado por unos comerciantes y embarca rumbo al Norte, en compañía de otros perros. Pronto aprende otra lección, después de presenciar como uno de sus compañeros, una perra Terranova de carácter afable, sucumbe al ser atacada por unos huskys agresivos. Es la ley del garrote y el colmillo. A partir de ese momento, Buck mide mucho su trato con otros perros y escoge únicamente las peleas que sabe que puede ganar.
En fin, Buck llega a las tierras del Norte y empieza su vida como perro de trineo, en la que irá pasando por distintos dueños, viviendo distintas aventuras y aprendiendo más habilidades: cómo comer deprisa para que otros perros no le roben la comida, cómo sobrevivir al frío y a la nieve, cómo tirar del trineo en duras jornadas… en este aprendizaje le es muy útil su inteligencia, pero no es suficiente. Enfrentado a situaciones extremas necesita guiarse por sus instintos, su naturaleza salvaje, una naturaleza hasta entonces escondida por su educación de perro doméstico, pero que es parte de su ser, una parte necesaria para salir de las situaciones en la que su vida está en juego. No desvelaré mucho más de la trama, pero baste decir que Buck acabará descubriendo que esa naturaleza salvaje es en realidad su verdadera naturaleza.
Se puede decir que La llamada de la selva es una novela de aprendizaje, de autodescubrimiento. También, sin duda, es una novela épica, pues es la historia de un héroe, de un ser extraordinario que logra triunfar sobre las adversidades, y sobrevivir donde otros perecen. Pero en definitiva, La llamada de la selva es una novela de aventuras. Ahora bien, conviene indicar que a menudo esa etiqueta se suele asociar a la literatura infantil, y La llamada de la selva no ahorra momentos muy duros y violentos, reflejando la realidad en toda su crudeza.
La lucha por la supervivencia es uno de los detalles más notables del libro, aunque el rasgo más destacado es la maestría con la que el autor nos muestra con lenguaje directo los sencillos pensamientos, emociones y sensaciones del protagonista. Todo ello manteniendo un buen ritmo narrativo que no decae en ningún momento, de manera que las apenas doscientas páginas del libro se leen sin que uno se dé cuenta.
Como conclusión, podemos decir que estamos ante una novela de aventuras muy bien concebida y bellamente escrita. A veces después de leer un libro me pregunto para quien sería recomendable, pero en el caso de La llamada de la selva creo que se la podría recomendar a todo el mundo.
Película protagonizada por Harrison Ford. No la he visto, pero me gusta el cartel. |